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miércoles, 30 de octubre de 2013

¡Nos hace falta debatir en los bares!

Llega un momento en nuestra vida, maravilloso y emocionante, en que empezamos a analizar las cosas que nos rodean con actitud crítica, e inevitablemente comenzamos a crearnos opinión propia de infinidad de cosas. Ojo con este momento que es crítico, unas neuronas que antes simulaban estar adormiladas parecen espabilarse pero sin saber muy bien a dónde van. Es en esta etapa cuando mayores burradas conjeturamos, somos más vulnerables a las ideologías, o mayores derrapes y rectificaciones de juicio hacemos.  Pero si hay una cosa que caracteriza a esta época y que irremediablemente arrastramos durante toda la vida es que no podemos dejar de expresar lo que pensamos/opinamos. Somos seres sociales y racionales, qué remedio. ¿Pero aprovechamos las personas esta virtud humana, la actitud crítica?



Para responder a dicha cuestión hay que plantearse el cómo de nuestra comunicación, pues al final, es esta la que da validez social a nuestras ideas. A la hora de comunicarnos lo importante es qué decimos, y qué escuchamos. ¿Hay alguien qué se comunique solo hablando, o solo escuchando? Por ello, cuando opinamos sobre un tema, si realmente queremos que la conversación sea fructífera no podemos pretender marcarnos un soliloquio, o poner la oreja por tiempo indefinido. De hacerlo así, el resultado de la conversación es nulo, tal como empezó se acabó. También hay que tener en cuenta que no todo es hablar, ni todo es escuchar, pues el cómo también importa, ¡y mucho!. Aquel que opina berreando, gritando o interrumpiendo dificulta enormemente el desarrollo de la conversación. O qué decir, de aquel que escucha con mala gana, o buscando las cosquillas a todo lo que le dicen, o que a la par que atiende se va montando su discursillo para rebatir lo dicho, y como acostumbran a decir los abuelos “no se entera ni de la misa la mitad”. Qué pena que tan magna oportunidad de enriquecernos como personas, sociedad,… la desperdiciemos por tales nimiedades.


Pero no todo son malas noticias al respecto, ya que todos nosotros, tu y yo incluidos,partimos con la ventaja de que pensamos y luchamos prácticamente por lo mismo. Esta afirmación si a muchos nos parece una “sobrada”/”utopía”  es porque lamentablemente nuestra experiencia está muy nutrida de los defectos anteriormente mencionados y de  la “Ley de los antónimos”. Esta ley física, matemática, filosófica, antropológica, nutricional, madridista, berenjenaria y idiosincrática,pero totalmente errónea y estúpida ,consiste en dar por supuesto que todo lo opinable deriva irremediablemente en confrontación eterna de ideas. Si además unimos a esto, por un lado  una muy notable ansia por imponer las ideas propias, y por otro una sensación firme de que nuestras opiniones son las correctas, obtenemos dos resultados a la par de previsibles, decepcionantes: NO NOS ACLARAMOS, Y LAS COSAS SE FASTIDIAN; BIOPINIONALISMO SOCIAL


¡Pero no hay mal que no tenga remedio! ¿Acaso sería Dios/Naturaleza/Azar/Marx/CR7 tan cruel de regalarnos tan preciado tesoro, y castigarnos a presenciar como lo destrozamos e inutilizamos? NO. Pues bien, aquí va la solución: debatir y opinar en los bares. Tomando una tapita, unas cervezas, el mundo se ve desde otra perspectiva, y lo más importante, uno se predispone a tratar a su acompañante con amabilidad y cortesía. Dejemos de lado esos debates en el trabajo, o en la clase de la universidad, ¡o en el congreso!. ¡ Vayamos a debatir a los bares! ¡Qué cantidad de tratados, constituciones, negocios, amistades o proyectos se han fraguado y se fraguaran alrededor de una mesa! Es en este microcosmos que genera el bar donde la “La ley de los antónimos” es aplastada por "La ley de los puntos comunes", donde resulta más fácil escuchar al otro y expresar lo que piensas,  donde las cosas no son "blancas o negras"  y donde ni la amistad, ni el trabajo, ni el futuro de un país corren peligro por malinterpretaciones, ofensas inocentes o desavenencias. ¡Vivan los bares y el pensamiento!


¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!


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